jueves, agosto 16, 2007

Lo Siento... Pero te recuerdo...

Por Cynthia Céspedes.

El pasto esta húmedo y poco a poco su agua va calando mi ropa.
Mi madre me diría que si sigo recostada acá me voy a enfermar, pero sabes... me gusta lo que siento.

El pasto comienza a humedecer mi espalda y su olor penetra en mi memoria.
Me gusta como huele... cierro mis ojos y... ahí estas.
¡Ganaste!
El olor del pasto húmedo me recuerda a ti.
Tiene el color de tus ojos y su aroma... no es un aroma cualquiera... es especial. Es como cuando tu piel se humedecía y caían sobre mí las gotas de tu agitación.


Es imposible no recordar como tu sudor se convertía en lluvia y caía gota a gota regando de lujuria nuestra cama. Circulaba prolijamente por mi cutis y aprovechaba cada rincón de mis secretos.

Ahora, puedo acariciar lentamente este pasto e imagino que es tu piel. Tan irresistible, tan sublimada, tan sutilmente empapada.
Es la misma sensación que me provocaba tu cuerpo (no lo olvido) cuando te revelabas frente a mí y me hacías disfrutar tu desnudez... Sabías perfectamente que me encantaba contemplarte.

Yo creo que por eso nunca dejaste que yo te quitara la ropa. Siempre procurabas hacerlo tú. Delante mío... delante de la avaricia libidinosa que recorría mis sentidos.
Sabias crear una coreografía perfecta, que me regalabas al ritmo de tu seducción. Sabias de tu belleza y te aprovechabas de mi urgencia.
Ahora, estoy aquì, recostada sobre este pasto húmedo y puedo recordar nuestros fugaces encuentros. No fueron tantos. No duraban demasiado. Pero fueron suficientes como para sentirlos aún en mi memoria.
Esa parcela era un escondite fabuloso, que nos permitía vivir importantes retiros de hambre carnal. Parece como si todavía yo estuviera ahí, bañándome contigo en ese jaccuzi. Compartiendo junto a ti un agudo maremoto de pasión desordenada. Que delicioso era reunir la noche, el vino y tu cuerpo.
Abrumador por momentos... pero inolvidable, por lo que estoy temiendo.

Cada vez que tus verdes ojos seguían los míos, me hacías victima de una tempestad furiosa. Yo terminaba presa de tus brazos y tu olor terminaba capturándome.
Nadie nunca nos escuchaba. Eso era lo tentador de nuestros encuentros.
Nunca fuimos uno, pero yo, me sentía completa... completamente satisfecha.


Lamentablemente jamás fue amor de tu parte, pero qué delicioso fue saborearte libremente, en esa cama rodeada de naturaleza. Es una pena imaginar que tú ni te acuerdas, pero qué perfecto era el efecto que me provocaba el vino cada vez que lo consumía a tu lado. Qué tentador era sentir el aroma a pasto húmedo entrando por ese ventanal de madera vieja, que nos mostraba la noche mientras nos entregábamos y nos acompañaba junto a unos palos de bamboo que bailaban al ritmo el viento .


M... m... m... Era un pasto especial.
Verde como tus ojos y con olor a mi humedad.
El mismo olor que huelo ahora... la misma humedad que me baña recostada...
Es el mismo olor que me hoy hace recordar que alguna vez exististe en mi vida y que, sin quererlo, te quedaste pegado en mi piel...

¿Deseas compartir otra botella de vino?

sábado, agosto 11, 2007

¿Recordemos juntos en la web?

viernes, agosto 10, 2007

Alguna vez tenía que pasar...

Por Cynthia Céspedes

Me gustó.
Fue como hundirme en tus ojos por un segundo, sin saber que la sensación se prolongaría hasta ahora. Esa tarde me desplomé en el paraíso de tu mirada y me dejé domar mucho antes de que lo sugirieras.

Me gustó. Fue diferente.

Debe haber sido el verde astuto de tus ojos, que me penetraba dulce y sosegado. Perdón, pero creo que he cometido la desfachatez de enamorarme. Creo que he insolentado a mi alma, al ponerla frente al dulce placer de un amor prohibido.
Un amor que reprime, me condena, encadena mi vida... pero libera emociones.

Pudo haber sido tu boca, pudieron haber sido tus manos. Quien sabe si fueron tus besos... Fatal Caramelo de Sal... que esa tarde condimentaron mi piel y la dejaron sazonada para que tú disfrutaras del maná, que sutilmente iba asomando por mi cuerpo.
Fuiste sereno, cómplice de mi pasión y mentor de mi proceder. Entraste en el calor de mi apetito carnal y lograste que por primera vez te creyera mío.

Pero qué digo... mío... si hasta me cuesta pronunciarlo.
Después de todo, no fue mas que una simple posesión momentánea, un insignificante relámpago de pertenencia.

Pero Sí. No me lo puedo negar. Fue una tarde milagrosa, si hasta pareció verdadera. Te aferraste a mi locura y me hiciste socorrer tu encanto con caricias que traía guardadas en mi sombra.

“No es amor”... me dijiste... “lo que tú sientes es sólo un capricho”.

¡Capricho!
Posiblemente.


Pero el capricho más excelso que ha tentado a mi alma. Un capricho dulce, vivo, palpitante, que subyuga mi espíritu y traslada mi juicio por vías destelladas y sublimes.

¿Puedo culpar al amor por ultima vez?

Así podré deshacerme de la despreciable responsabilidad de vivir condenada, por querer apoderarme de lo que no me pertenece.
Ya no quiero seguir apremiada, sólo porque a mi rebelde corazón se le ocurrió olvidar que ya tenías una vida.

¿Te dije que me gustó?
¿Te dije que fue diferente?


Me encantaría que nos olvidáramos nuevamente de lo CORRECTO y viviéramos otra tarde de libertad. Así podré sentirme viva otra vez y con la fuerza necesaria para decirle a mi corazón:

No te preocupes,
aún puedes esperar...