jueves, agosto 10, 2006

Horas Extras en la Oficina

Cynthia Céspedes
Un amigo me contó que la noche era sensual.
Sobre todo cuando ésta hace cita con dos amantes, que se enfrentan al tórrido deseo de la carne. Ese alevoso sentimiento que por momentos nos atrapa y toma poder de nuestras decisiones, logrando corrompernos.
Pero, mi noche fue distinta, la sensualidad llegó tarde.

Fue una verdadera sorpresa, al darnos cuenta que ambos habíamos colapsado el presupuesto motelero y no teníamos ni uno para nuestros caprichos.

Creo que ya lo sabes!, no es fácil la vida de los amantes y la incomodidad del auto muchas veces mata la pasión.
Anoche ya era tarde y el retorno era apremiante.
Por último, él detuvo el auto en el que íbamos y en una esquina oscura me miró detenidamente. Mi corazón comenzó a contraerse y cada parte de mi cuerpo se dilataba. Era una furiosa petición, que por dentro me hacía gritar que quería ser suya en ese mismo lugar. Era
una muestra evidente de las ganas que tenía guardadas desde hace tres semanas.
Sin darme cuenta me besó, con descaro y desvergüenza, sin muestras de delicadeza, sólo atravesando mi deseo con la fuerza de su apetito.

¿Qué hacemos? Pensábamos.
No queríamos hacerlo en el auto, sin ambargo ya estábamos locos por desarroparnos y ensamblar nuestros cuerpos.
"¿Vamos a mi oficina?", me dijo, "no hay nadie a esta hora".
"Por supuesto!!!", le dije, agitada e impaciente.

Cuando llegamos al lugar, una casona de dos pisos, antigua y con muebles muy modernos, no lo pensamos dos veces. Entramos, él cerró la puerta y desconectó la alarma. Ahí continuamos con el beso anterior. Fue un beso penetrante, que lograba tocar hasta el fondo de mis deseos. Era una verdadera llave que abría mi locura y traspasaba mi pudor.
Al subir las escaleras siguió besándome, mientras yo desabrochaba su camisa y metía mis manos entre sus pantalones. Éramos intensos, descarados, una mezcla precisa que ayudaba a encendernos.
¿Qué ganas tenía de que calara mis sentidos y por fin recorriera mi interior!. Sin embargo, la sensación me superaba y aún podía seguir esperando para tenerlo dentro de mí.

Ya estábamos en el segundo piso, en un pasillo oscuro. Teníamos sobre nosotros una tímida luz que se colaba por las ventanas de las oficinas que nos rodeaban. Sus pantalones cayeron al suelo y su lengua comenzaba a humectar mis pechos. Yo subí mi falda y giré, para poder sentir sus manos en mis caderas y lograr que su boca recorriera mi espalda.
Mientras se coordinaban nuestros movimientos, mis dedos quedaban marcados en esa pared blanca, que sostenía nuestra pasión. Él se volvía más bestial y de a poco mis gemidos se convertían en quejas de dolor. Un dolor complaciente, sabroso, que nos fundía en un suspiro llamado placer.


Se hizo tarde y las familias nos esperaban en nuestros hogares.
La vida del amante es así, a veces rápida, a veces inestable,
pero nunca Poco Intensa.
Ya habíamos descubierto un lugar fascinante.
¿Alguna vez lo hiciste en tu oficina?
Te aseguro, que al otro día, mirarás tu trabajo con oTRa CarA.