martes, julio 18, 2006

El Vino y sus Sabores

Cynthia Céspedes
Tiene que haber sido el vino, estoy segura.
Esa noche yo iba dispuesta a decir que no.

Tenía motivos claros y específicos para convencerlo de que no era bueno finalizar la noche de esa forma.
Pero ese vino pudo más que cualquier argumento.

Aún tengo su sabor en mi boca, algo dulce, algo agrio.
Esa noche el vino era oscuro, estaba tibio y teñía mi boca con cada sorbo que yo saboreaba.
De reojo, pude ver como sus labios también estaban del color de los míos y podría asegurar que en su mente se hilaban, titubeantes, propósitos alocados.
Pero fue el vino, lo aseguro, ese vino poco cristalino, que en la segunda botella se apoderaba con fuerza de mi razón.
Recuerdo cómo entraba por mi boca y calentaba mi garganta, vino soez y enajenado. Era un vino dominante que se metía en mi sangre y la tintaba de un rojizo excitante y poco escrupuloso.
Ya ni recuerdo cuántas copas fueron, pero SÍ puedo conservar en mi mente el minuto en que le pedí un beso. ¡SÍ!. Sólo un beso, nada más necesitaba para comprobar que el efecto del vino me había trastocado.
¡Quiero más vino! Gritaba mi sangre.
¡Quiero su boca! Pensaba la mía.

¿Cuál fue mi error? Dejarme llevar por ese tenue sabor dulzón de la bebida afrodisíaca o no dejar de mirar su boca cuando me conversaba?…
Sí… su boca… m m m… su boca… que cuando me hablaba me recorría entera y saboreaba cada parte de mi piel. Esa boca que, sin quererlo, me decía cosas, pero yo interpretaba otras.
El vino, su boca…. Su boca, el vino... toda una mezcla explosiva que desarrollaba en mi interior un impulso bruto e inexplicable.
¡Pero qué estoy pensando!
No fue el vino, NO fui yo, F U E É L.
O tal vez su espacio. Su espacio que interrumpía el mío y jugaba al indiferente cada vez que se acercaba a mí. Su espacio que me invadía con susurros y me hacía compartir su aliento y saborear sus palabras.
Era un momento indestructible que aún mantengo vivo en mi rostro.
Tantas cosas, esa noche, tantas cosas pudieron provocar mi actitud. Sin embargo de una cosa estoy segura y lo veo con claridad. Esa noche fui presa de un eclipse emocional, que enfundó mi cabeza y desnudó mi organismo.
Es que fue imposible evitar esos ojos.
Ojos claros y verdosos. Profundos, risueños e insinuantes.
Su mirada se volvía una verdadera invitación, para recorrerlos poco a poco y disfrutar su ardorosa expresión.
Esa fría noche se convertía en un sosiego cálido y agradable, pero con furia en mis impulsos y pasión en su mirada. Noche extrema, noche de vino y carne. Fusión escandalosa y mezcla de deseo culposo.
Debo reconocer que en mi vida he bebido mucho vino, pero ninguno provocó tal sensación.
Esa noche me dejé embriagar por el gusto de la cepa y ese sabor que quedó en su boca. Boca que tenía los grados necesarios para alocarme por dentro y descontrolarme por fuera.

Fue un vino pasmoso, el mejor que he provado y el que no puede irse de mi organismo.

Fue el vino, la noche, el frío y sus ojos.
Lo que sucedió después no te lo puedo contar,
pero me estoy segura que podrás imaginarlo...

jueves, julio 13, 2006

¿Te Conté que Ayer También Llovía?

Por Cynthia Céspedes
Está lloviendo... lo notaste?, IMAGINO que sí.
Igual que ayer, igual que tantas veces ayer.
Me cuesta un poco aceptar que el sexo con lluvia es romántico,
sin embargo ayer descubrí que en realidad NO lo es tanto si no estás acompañado de alguien especial...
Ayer no almorcé, pero tenía una sensación extraña. Estaba Satisfecha. Tenía mi estómago vacío, pero mi corazón gritaba ¡contento! al recordar el festín maravilloso que había degustado.
Ayer llovía, igual que hoy, pero la lluvia tenía otro sabor.
Yo estaba recostada sobre una cama, mientras oía como el agua chocaba contra el techo. La cama era alta, un poco vieja y la cubría un cobertor, que al parecer los años y el uso promiscuo lo habían percudido, convirtiéndolo en un pobre cobertor azul marengo, con hojas grises desteñidas y que sólo podía servir para un motel barato.
Ahí estaba yo, boca arriba y lejos de la gente. Escondida de muchas cosas, pero con mis ojos pegados en él.
Era un lugar lejano y yo me sentía libre de actuar. Teníamos sólo dos horas para hacer del momento una eternidad. No podría describir el lugar con la palabra elegancia, pero yo, a pesar de mi discurso, era feliz.

Él tenía ojos claros, pero eso era lo que menos me importaba. Me miró muchas veces y yo no disimulé mis ganas de observarlo, analizarlo detenidamente; cada movimiento, cada palabra, cada gesto y cada caricia de dulzón sabor.
¿Te conté que él es casado?... te lo imaginaste!
Cierto, no podía ser de otra forma, si no el escenario hubiera sido otro...
A pesar de todo, eso no importaba, en ese minuto él podía ser sólo mío y no lo compartía con nadie. Podía leer pausadamente cada beso suyo y exigir una fidelidad absurda, aunque sólo durara un instante.
¿Te comenté que estaba lloviendo?, Creo que SÍ.
Era la fusión perfecta, humedad en el cielo y humedad entre nosotros. Afuera estaba helado, pero en esa cama era imposible notarlo. Emanaba calor de nuestros cuerpos y el sudor perdía su timidez, para poder concretar su deseo.
Raro, muy Raro!!!.
He intentado cumplir con él mi papel de amante perfecta, pero por un segundo tuve ganas de un recreo y me lo tomé, sin pedir autorización. Me dejé llevar por lo hormonal, para poder culpar a la química de mis intensiones.

Sí! Esa química que me encantó cuando sentí su voz o tal vez... su sabor... NO! NO! Era su olor, SÍ!, el olor de su pelo, el de su cuello o ese que surge en el camino que va desde su pecho hasta su espalda. Era el aroma de su sexo, ese que entró y salió, cada vez que yo lo necesité. Pudo haber sido su cuerpo, tan duro y armónico, pero incapaz de perder suavidad y delicadeza. Un cuerpo con gusto a encanto y sabor a sal. Una sal suave, a punto, capaz de sazonar mis pechos con su roce.
Era la mezcla perfecta, la Lluvia, el Sexo y Alguien Especial...
¿¿¿Que si fue RomÁnTIcO???
Te aseguro que hasta podríamos llamarlo Amor.
Pero la lluvia tampoco dura todo el año. ¡Qué Lástima!