lunes, junio 25, 2007

El encanto del Cielo cuando llora

Por Cynthia Céspedes

Ayer llovió nuevamente.
¿Lo NOTASTE?
¿Te diste cuenta de que el cielo nos regaló sus lágrimas para que recordáramos lo triste que se vuelve una magnífica lluvia si no estamos juntos?

Ayer llovió nuevamente y no pude tener tus besos.
No pude saborear tu boca, junto con la frescura del agua pasando entre tu lengua y la mía. Esa agua que con inocencia sólo logró mojar mis más íntimos deseos de tenerte dentro otra vez.

Deseos… simples deseos… mi absurdo desconsuelo… un torrente borrascoso que borra mi mente y me quita la razón. Esos deseos que dominan mis instintos, cada vez que oigo, allá afuera, cómo la lluvia exaspera y golpea mi ventana, para comunicarme que el tiempo pasa fugaz y ella ya necesita ser testigo de alguno de nuestros encuentros.

Es que... es tanto lo que me provoca su arrebato, que ese día casi me vuelvo inconsistente y caigo presa de las ganas que tuve de salir corriendo a buscarte, para que estuviéramos juntos en la calle, parados, uno frente al otro, y yo, observándote.

Me imaginaba cómo, lentamente, te ibas mojando y tu pelo caía aplastado en tu frente, tus ojos se cerraban y se dejaban acariciar por el velo húmedo de la lluvia de junio.

Me figuraba cómo, con quietud, ibas convirtiéndote en parte del paisaje, tan húmedo, tan café, con esas hojas otoñales que pavimentan el camino y pueden jugar a ser tu escenario.

¡Mirarte!
Esa tarde ¡sólo necesitaba mirarte!
Para poder disfrutar el color miel de tus mejillas y saborear ese jugoso sabor que deja la lluvia al mojarlas.
¡Qué ganas tenía de que estuvieras ahí para poder Mirarte!
Poder disfrutarte, tocarte, abrazarte y mojarme contigo.

¡Qué ganas tenía de que estuvieras ahí para poder Envolverte!
Poder besarte, sentirte y quién sabe… Amarte…

Pero tú no estabas y no pude bailar contigo esa danza sensible del deseo llamada placer. Tampoco pude acoger tus manos congeladas, para poder cobijarlas en mi entrepierna.
Fue imposible juguetear con tu lengua y sentir cómo eres capaz de meterte dentro de mí sólo a través de un beso. Tan profundo, que me olvido si estoy vestida o si estoy en pie. No pude disfrutar del sabor que toma tu piel cada vez que la lluvia se mete por tus poros.

Ayer llovió nuevamente y yo caminé solitaria por la vereda.

Recordé lo mucho que me gusta el sonido del agua cayendo al pavimento y logré saborear lo exquisito que se ha vuelto el invierno para mí. Porque cuando escuché las gotas de lluvia en el paragua, supe inmediatamente que tú también estabas pensando en mí y podías imaginar lo intenso que hubiese sido disfrutar la lluvia juntos.

Porque ahora la lluvia tiene tu sabor y me recorre el cuerpo tal como lo hicieras tú en aquella lluvia de ayer. Ahora la lluvia moja mi piel y desnuda mi alma. Se introduce en mi ropa y la empapa de arriba abajo.

Me abraza, me acaricia, me seduce y me inspira.

Lástima que la lluvia, sólo dure un instante…