Cynthia Céspedes

Esa noche yo iba dispuesta a decir que no.
Tenía motivos claros y específicos para convencerlo de que no era bueno finalizar la noche de esa forma.
Pero ese vino pudo más que cualquier argumento.
Aún tengo su sabor en mi boca, algo dulce, algo agrio.

De reojo, pude ver como sus labios también estaban del color de los míos y podría asegurar que en su mente se hilaban, titubeantes, propósitos alocados.
Pero fue el vino, lo aseguro, ese vino poco cristalino, que en la segunda botella se apoderaba con fuerza de mi razón.
Recuerdo cómo entraba por mi boca y calentaba mi garganta, vino soez y enajenado. Era un vino dominante que se metía en mi sangre y la tintaba de un rojizo excitante y poco escrupuloso.

¡Quiero más vino! Gritaba mi sangre.
¡Quiero su boca! Pensaba la mía.
¿Cuál fue mi error? Dejarme llevar por ese tenue sabor dulzón de la bebida afrodisíaca o no dejar de mirar su boca cuando me conversaba?…
Sí… su boca… m m m… su boca… que cuando me hablaba me recorría entera y saboreaba cada parte de mi piel. Esa boca que, sin quererlo, me decía cosas, pero yo interpretaba otras.

¡Pero qué estoy pensando!
No fue el vino, NO fui yo, F U E É L.
O tal vez su espacio. Su espacio que interrumpía el mío y jugaba al indiferente cada vez que se acercaba a mí. Su espacio que me invadía con susurros y me hacía compartir su aliento y saborear sus palabras.
Era un momento indestructible que aún mantengo vivo en mi rostro.
Tantas cosas, esa noche, tantas cosas pudieron provocar mi actitud. Sin embargo de una cosa estoy segura y lo veo con claridad. Esa noche fui presa de un eclipse emocional, que enfundó mi cabeza y desnudó mi organismo.

Ojos claros y verdosos. Profundos, risueños e insinuantes.
Su mirada se volvía una verdadera invitación, para recorrerlos poco a poco y disfrutar su ardorosa expresión.
Esa fría noche se convertía en un sosiego cálido y agradable, pero con furia en mis impulsos y pasión en su mirada. Noche extrema, noche de vino y carne. Fusión escandalosa y mezcla de deseo culposo.
Debo reconocer que en mi vida he bebido mucho vino, pero ninguno provocó tal sensación.
Esa noche me dejé embriagar por el gusto de la cepa y ese sabor que quedó en su boca. Boca que tenía los grados necesarios para alocarme por dentro y descontrolarme por fuera.
Fue un vino pasmoso, el mejor que he provado y el que no puede irse de mi organismo.
Fue el vino, la noche, el frío y sus ojos.
Lo que sucedió después no te lo puedo contar,
pero me estoy segura que podrás imaginarlo...